La nena y el móvil

Serie: La mediación tecnológica.

La niña, con pañal y chupete, tendría alrededor de tres años y corría divertida de un lado para otro de la terraza del bar donde mi esposa y yo estábamos sentados tomando algo. Cerca de nosotros el padre y la madre de la pequeña compartían mesa con otras dos mujeres adultas, todas estas personas rondarían los 35 años. La madre estaba embarazada y el padre corría de un lado a otro de la terraza y por la acera colindante detrás de la nena. Poco duraba sentado pues la pequeña en cuanto podía salía de nuevo zumbando con el riesgo de que pudiera bajar a la carretera o hacerse daño de algún modo.

La solución que el padre encontró para que la niña se mantuviera quieta fue sentarla en su regazo y ofrecerle el teléfono móvil para que se entretuviera. Durante un buen rato la chiquilla se mantuvo absorta delante de la pantalla con la ayuda de su padre, el cual le iba ayudando a interactuar con lo que estuvieran viendo. La madre y las otras dos mujeres adultas mantenían una animada charla entre ellas y no intervinieron en ningún momento.

Esta escena tiene poco de excepcional. En los parques, en el transporte público, en el vehículo privado, en los propios hogares… podemos ser testigos de situaciones en las que alguna persona adulta ofrece un smartphone o una tablet a una niña o niño pequeños con el fin de que estén quietos y se mantengan concentrados y entretenidos durante algún tiempo. La pantalla es un recurso cotidiano para adaptar mejor a los pequeños a distintos tipos de situaciones en las que las personas adultas necesitan que estén quietos y concentrados.

Pediatras, psicólogos y pedagogos tienen buenas razones para preocuparse por los efectos en la infancia y en las relaciones familiares y educativas de este tipo de prácticas. Desde una perspectiva sociológica cabe preguntarse también por el papel de la tecnología como elemento mediador entre las personas individualmente consideradas y entre éstas y el conjunto de la sociedad. Un elemento mediador que es algo más que un puente entre sujetos, sino un factor de orden que, tanto a nivel cognitivo como estructural, moldea nuestras mentes y organiza nuestras relaciones conforme a determinados objetivos y patrones de uso.

La escena descrita más arriba muestra un caso, simple y cotidiano, de control social que implica a una niña, a las personas adultas con las que convive y al sistema de medios de comunicación de la sociedad a la que pertenece. Desde la entrada de la radio y la televisión en los hogares, desde muy pequeños los niños y las niñas son controlados mediante el recurso a las tecnologías, fenómeno que ha ido evolucionando a lo largo del siglo XX hasta hoy y que seguirá haciéndolo con rapidez en los próximos años, ahora implicando además a los sistemas de Inteligencia Artificial.

Hace tiempo que la teoría crítica de la comunicación puso de relieve esta función de los sistemas de comunicación pública. El aspecto que me llamó la atención de la situación descrita era el activo papel del padre y el pasivo papel de las mujeres acompañantes y, por extensión, de todos los que estábamos alrededor- para propiciar la interacción entre la nena y el móvil. Por activa o por pasiva, todos estamos implicados en el sistema de control y la tecnología está ahí, a nuestro alcance, como algo seductor, flexible y que se deja querer sin imponernos nada.

Abriendo un poco más la mirada, podemos encontrar muchas personas adultas, entre las que me incluyo, que en su día a día utilizan las pantallas para estar «quietos», «concentrados», «entretenidos», «distraídos» y «descansar» dejando de lado durante algunos minutos, u horas, la pesadez de las preocupaciones diarias, la intranquilidad y la angustia. Es también la manera en que podemos estar más tiempo con «los otros», en una sociedad donde el tiempo para construir vínculos se ha vuelto un bien escaso, excepto si implicas en ello a la tecnología, para comunicarnos a través de ella, interactuar juntos con ella y/o simplemente situarnos juntos ante la misma pantalla un domingo por la tarde.

Desde pequeños se nos ha ido educando en este tipo de prácticas, aunque desde la aparición de Internet y de los dispositivos móviles se ha convertido en una práctica que empieza mucho más temprano, ocupa más tiempo y es más omnipresente. A todo esto habría que añadir el recurso a la farmacología, también desde edades tempranas, para reducir la ansiedad y mantener funcionales y estables nuestros estados mentales y nuestras interacciones sociales.

F. Javier Malagón

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