La normalidad será otra

Si nada se tuerce, a mediados de 2021 en España se habrá vacunado, aproximadamente, a 20 millones de personas. Cabe preguntarse por qué otros países van a ir más rápidos que nosotros en este aspecto; pero, sin duda, no deja de ser una buena noticia.

Sin embargo, ¿lo que nos espera después es un retorno a la «normalidad» de antes de la pandemia? Creo que no y opino también que conviene pensar en ello con anticipación, tanto para adaptarnos mejor como para influir en la trayectoria de los cambios que probablemente acontezcan.

Primero, está por ver si las vacunas van proporcionando el resultado esperado. En segundo lugar el virus puede mutar y, aunque esté bajo mayor control, durante años puede ser en un problema crónico con el que convivir y del que protegerse. En tercer lugar, el efecto «estemos más tranquilos, ya tenemos vacuna» puede, paradójicamente, aumentar los contagios y los fallecimientos si se relajan las medidas de autoprotección. Por último, incluso aunque se controle el virus y se recupere la economía del país, las secuelas en la salud y en la economía de las personas van a ser profundas y duraderas, aumentando la vulnerabilidad al virus y a otros males.

De ser así, estamos ante un peligro del que habrá que protegerse a medio y largo plazo combinando la vacunación periódica y el mantenimiento de pautas que generen distanciamiento social, quizás no tanto como en los momentos más duros de la pandemia pero sí en alguna medida más que en la época anterior a ella.

Deberíamos tener esto en cuenta para seguir reformando nuestros estilos de vida, organizaciones y prácticas sociales. Uno de los aprendizajes fundamentales que deberíamos extraer de esta pandemia es que en nuestra época también pueden producirse fenómenos de naturaleza catastrófica cuya magnitud hagan saltar las costuras de los sistemas de seguridad y protección social de nuestros países.

Mala cosa si se cree que esto solo ha sido una pesadilla pasajera de la que simplemente vamos a despertar gracias a las vacunas. Tampoco nadie ha dicho que esta vaya a ser la última gran desgracia de nuestro tiempo; más bien la comunidad científica no deja de avisarnos de todo lo contrario. Podemos y deberíamos desear lo mejor, pero hay que prevenir lo peor.

No conviene imaginar que la Covid-19 se vaya a convertir en una «gripe» más. Tampoco la gripe fue durante muchas décadas una enfermedad leve ni aún hoy lo es para muchas personas (sobre todo de avanzada edad), aunque haya vacunas. Todavía hay muchas lagunas de conocimiento e incertidumbre con relación a la Covid-19 como para confiarse y relajar la protección al menos durante toda la década que está a punto de empezar.

El precio de hacerlo, de vivir sin miedo a la Covid-19 por el hecho de que ya tengamos vacunas, pueden ser muchas vidas segadas, sobre todo las de las personas más vulnerables por razones de edad, salud y/o situación socioeconómica. Simplemente, no puede darnos igual que la gente muera, bien por exceso de confianza o porque sea un precio inevitable a pagar para que siga funcionando la economía. Es un mandato moral básico que debemos encontrar mejores alternativas.

Lamentablemente, a la vista de muchos comportamientos a los que estamos asistiendo, está claro que a una parte no pequeña de la población le trae al pairo lo que le pase al vecino mientras que a él no le afecte. Pero esta forma de barbarie no puede darnos igual a quienes creemos en una democracia civilizada, sostenible y humanista.

Si hay que argumentarlo en términos darwinistas, para la especie humana cooperar y preocuparse por la supervivencia de los más débiles ha sido y es lo más adaptativo al cambio. No son los individuos más fuertes los que sobreviven, sino los que mejor se adaptan. En el caso de los seres humanos no es el individualismo, sino la cooperación y el sentido de responsabilidad hacia los demás lo que nos hace como especie más fuertes, resilientes y adaptativos al cambio.

El cortoplacismo político y empresarial, las visiones estrechas de quienes piensan sólo en «lo suyo», el optimismo ingenuo y la falta de anticipación para aprovechar oportunidades y protegerse de amenazas abonan las trayectorias reaccionarias que nos deshumanizan.

En cambio, ver venir los nuevos escenarios y prepararse para adaptarse a ellos no sumisa, sino críticamente, son condiciones necesarias que facilitarán la mejora social en todos los aspectos: mejores democracias, mejores economías y mejores personas.