El pasado domingo 5 de julio el diario El País publicó un interesante artículo de Daron Acemoglu bajo el título «El Gobierno que querremos». El catedrático de Economía del MIT exponía en él cuatro opciones a seguir por las sociedades a raíz de la pandemia.
La primera opción consistiría en continuar como si nada hubiera sucedido, sin hacer ningún esfuerzo serio por corregir las graves vulnerabilidades que el Covid-19 ha puesto de relieve.
Como segunda opción podría acometerse una renovación del Estado «con características chinas», es decir, restringiendo libertades y aumentando el control sobre la población.
La tercera opción pondría en manos de las grandes compañías tecnológicas la respuesta a las necesidades sociales.
La cuarta, finalmente, sería acometer una renovación y fortalecimiento del Estado del bienestar profundizando la democracia mediante la corrección de inequidades, una mayor participación de la ciudadanía y una rendición de cuentas más transparente.
Acemoglu vaticina graves consecuencias si se toma cualquiera de los tres primeros caminos; y apuesta por la cuarta opción, difícil pero necesaria.
Para respaldar la viabilidad de esta alternativa utiliza como referente el nacimiento del Estado del bienestar después de la Segunda Guerra Mundial.
Aunque el esquema que propone el autor es muy general muchos demócratas, a izquierda y derecha del espectro político, coincidiremos en que lo ideal sería hacer prosperar la cuarta opción, pues cualquiera de las otras implicaría un grave deterioro o la desaparición de la democracia liberal tal como la hemos conocido.
Con el planteamiento de Acemoglou podríamos alinearnos la mayoría de los ciudadanos españoles y europeos. Entonces ¿De dónde viene la dificultad? Ciertamente, existen graves problemas estructurales, poderosos intereses e inercias que presionarían en otras direcciones.
Pero, siguiendo el razonamiento del autor, igual que ya ocurriera en el pasado también podrían forjarse poderosos acuerdos que lograran reconducir las sociedades de manera más virtuosa.
Todas las tendencias que señala Acemoglu son reales en cuanto que ya están operando como fuerzas en el tablero de la historia, dentro de cada país y a nivel internacional. Es posible que en algunas sociedades se escoren claramente hacia unas opciones, más que otras; y ojalá que la renovación y fortalecimiento del Estado del bienestar sea el camino más transitado.
Sin embargo, me temo que en otros lugares asistiremos a una mezcla ambigua y confusa de todas ellas ¿Por qué debería ser así? Pandemia mediante, pocos se aventurarán a poner en cuestión la necesidad de un Estado fuerte que impulse de nuevo la economía, proteja eficazmente a sus ciudadanos y que, al mismo tiempo, preserve y expanda sus derechos y libertades.
En España creo que la dificultad no estriba en aceptar teóricamente este planteamiento como lugar común en el que distintas corrientes ideológicas y sectores políticos y sociales pudieran encontrarse.
El problema está, a mi juicio, en aceptar que «el otro distinto» pueda querer algo parecido o próximo a lo que queremos nosotros… y fiarnos de él. Hay que diferenciarse a toda costa.
La demonización del adversario político y la falta de confianza entre «diferentes» han generado un círculo vicioso que se retroalimenta y que, de momento, no parece dejar de crecer.
Algunos signos positivos, entre otros, son los acuerdos a los que han llegado sindicatos, patronal y Gobierno pero van a venir tiempos muy duros que pondrán a prueba la fortaleza de éstas y otras costuras.
La cultura del bloqueo político y la polarización que se ha instalado en nuestro país podría dar al traste con un proyecto estratégico de renovación del Estado del bienestar con el que la mayoría de los ciudadanos estaríamos de acuerdo, aunque las fuerzas políticas lo estuvieran por separado.
Pero cada vez cuesta más, sobre todo a los políticos, ponernos de acuerdo con nuestros adversarios sobre aquello en lo que con relativa facilidad podríamos ponernos de acuerdo porque es, básicamente, de sentido común.
En mi opinión, al esquema del reputado economista turco-americano le falta una quinta opción, que no es otra que la combinación de todas las anteriores.
Si los vetos cruzados, la política de bloques irreconciliables y los intentos de criminalización del adversario siguen imponiéndonos su hegemonía, me temo que en nuestro país lo más probable es que el resultado sea la mezcla ambigua, confusa, inestable y de consecuencias desastrosas de las cuatro opciones que con acierto ha señalado Acemoglu.
La ética de principios y la ética de la responsabilidad deben conjugarse para no inmolarnos todos juntos en el Altar de los Tontos. Si has visto Juego de Tronos entenderás esto: Se acerca el invierno… y los Caminantes Blancos están a las puertas.
No se trata de eliminar la lucha ideológica ni la legítima dialéctica entre Gobierno y Oposición, sino de abandonar de una vez por todas el cainismo con el que este país se dispara una y otra vez en los pies, tanto en el izquierdo como en el derecho; solo que esta vez puede que el tiro afecte a partes más vitales del mismo cuerpo.