
El pedagogo y activista por los derechos de la infancia Francesco Tonucci propone aprovechar la crisis provocada por el Covid-19 para «reinventar la escuela». Como impulsor del proyecto La ciudad de los niños es, además, un destacado defensor de la participación de los niños y las niñas en la transformación de las ciudades.
Las circunstancias provocadas por la pandemia justifican que nos preguntemos cuáles van a ser sus efectos a medio y largo plazo en el sistema educativo, por ejemplo: ¿Habrá más enseñanza en línea y menos horas presenciales en la escuela? ¿El profesorado tendrá menos alumnos por clase? ¿Los horarios escolares serán distintos de los que hemos conocido? ¿En qué medida y cómo se realizarán excursiones y salidas grupales fuera de los centros? ¿Qué personas, además de los miembros de las comunidades educativas, podrán entrar en los centros para colaborar en sus actividades? Etc.
También podemos preguntarnos qué evolución experimentarán las ciudades: ¿Se reducirán las relaciones presenciales en favor de la comunicación online y la automatización de procesos? ¿Disminuirán lo grupal y lo masivo en aras de una mayor individualización y fragmentación de las interacciones sociales? ¿Los contactos tenderán a ser más selectivos? ¿Qué características adoptarán los espacios públicos? Entre otras muchas cuestiones.
Los cambios irán en unas direcciones u otras según lo que las sociedades y sus instituciones vayan decidiendo. Aunque seamos capaces de analizar tendencias, el futuro puede ser de muchas maneras distintas. Dependerá, no sólo de qué preguntas y respuestas aplique cada sociedad a la comprensión y solución de sus necesidades, sino también de la manera en que la ciudadanía participe de los debates y las posibles soluciones.
Involucrar activamente a la población en los procesos de cambio podría profundizar la democracia, siempre que existan mediaciones eficaces que faciliten la construcción de acuerdos. Sin embargo, es seguro que sustraerle a la gente la posibilidad de pronunciarse sobre los cambios sociales debilitaría la democracia. La dificultad para generar cohesión social y construir consensos por vías democráticas puede conducir a que distintas formas de autoritarismo acaben pugnando entre sí.
Los municipios y las instituciones educativas (escuelas, institutos, universidades) son, a mi juicio, instancias mediadoras imprescindibles para encauzar con éxito la gestión democrática de las reformas sociales, entre otros motivos por su capacidad para potenciar el protagonismo y la participación de los jóvenes.
La cultura de la mediación, entendida en un sentido amplio, es necesaria para hacer productivas las tensiones sociales, como se ha podido comprobar a nivel comunitario y en entornos educativos. El papel de los parlamentos, partidos y medios de comunicación no es suficiente. Necesitamos el papel corrector de otros subsistemas que, junto con los agentes sociales tradicionales (sindicatos, empresarios, asociaciones) puedan compensar la polarización a la que los primeros han llegado.
Podemos empezar por debatir en pueblos, ciudades, barrios y centros educativos los valores fundamentales sobre los que queremos construir el futuro ¿Sobre qué principios éticos deben replantearse las relaciones sociales en nuestras localidades y centros de enseñanza? ¿Cómo pueden colaborar en adelante los municipios y el sistema educativo para promover interacciones humanas útiles, solidarias, democráticas y eco-sostenibles en un periodo histórico de tanta incertidumbre?
Comienza una época en la que muchos aspectos de la vida cotidiana tendrán que enfocarse de otras maneras y tendremos que avanzar a tientas, experimentalmente, sin que sepamos de antemano qué funcionará mejor o peor. La educación de niños y jóvenes puede experimentar una mejora notable si escuelas e institutos se implican en los cambios sociales, empezando por su propio entorno local a través de nuevas estrategias pedagógicas como, por ejemplo, el Aprendizaje basado en proyectos o el Aprendizaje-Servicio.
Igualmente, es una oportunidad para que la ciudadanía, incluidos niños y adolescentes, participen y colaboren activamente en la transformación tanto de los centros educativos como del entorno en el que estos se inscriben, en línea con lo que proponen corrientes pedagógicas innovadoras como la Educación Popular o las Comunidades de Aprendizaje entre otras.

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